Llueve en los arrozales.
Las oraciones caen sobre la hilera
de estómagos hambrientos
hundidos en la tierra.
Visto desde arriba parecen platillos voladores
dibujados por los niños de la escuela.
Me uno a ellos.
Quiero sentir el poder de la vida
en mis manos.
Ya en casa tomamos té. Hablamos de
la cosecha y del buey enfermo que hay que
sacrificar esta noche. A lo lejos llegan los chillidos
de los chicos que juegan con sus
barquitos de papel entre los campos.